domingo, 13 de diciembre de 2009

Domingo

Sopla el viento. Se oyen los pajaros, la risa de un niño, de vez en cuando un auto...
Es Viña un domingo por la tarde, pero podría ser Tandil, Horco Molle, cualquier lugar. Porque los domingos a la tarde no importan los paisajes, importa el paisaje del alma. Los domingos a la tarde el mundo se aquieta y no queda mas que escucharnos y vernos; y a veces el espejo es muy grande.

Karma


Tal es lo que siembra, tal es lo que recoge, y ello no nos sorprende, porque es una vieja ley natural, cotidiana pero asombrosa.
Según esta concepción cada cual elige lo que desea vivir, y ejerce de hombre, mujer, o animal.
Quien cree en su propio destino y lo persigue, tarde o temprano lo conquista, encuentra la flor que surge de su confianza y de su esfuerzo, es decir, de sus actos.
El bien no es más, entonces, que un suma de actos de bien, y nuestro mal no es otra cosa que la oscuridad momentánea de quien no halla su propio rumbo”.



Kuara-i vive en la selva, en un rincón de Sudamérica en el límite sur de lo que mucho después los blancos llamarían Brasil, él habla en guaraní, una lengua cordial y amable. El guaraní no ordena al interlocutor sino ruega y apela al sentimiento de quien lo escucha, es confraternal y preciso, quien lo habla o lo entiende, queda deslumbrado por sus bellas y poéticas expresiones.
Cuando era niño Kuara-i pasaba horas junto al fogón escuchando a su abuelo contando historias en guaraní, historias de cómo Ñamandú había creado a la Tierra sin mal, y a los guaraníes… Aunque ahora algunos de sus hermanos que viven en las Misiones con los jesuitas han comenzado a hablar mas de un tal Jesús, que parece ser hijo de Ñamandú…o su padre, nadie entiende mucho a esos blancos, pero no importa, parecen buena gente.
Así fue como de niño fue haciéndose experto en las artes de seducir con el habla. Le agradaba hablar con todos, y aprender de todos: con los cazadores de la tribu aprendió a armar las cinco clases de trampas para atrapar agutíes, coatíes, tapetíes, pudúes, y hasta las trampas para atrapar animales grandes como el tapir; con los artesanos aprendió a hacer de las raíces del Güembé, hilos fuertes para tejer y con las semillas del Ysipó a hacer hermosos collares. Pero lo que mas disfrutaba era escuchar y observar al chamán de su tribu, Verá, de quien aprendió como entender a los espíritus de las plantas para curar los males de sus hermanos. Así es que Kuara-hi se fue convirtiendo en un gran servidor de su tribu, una persona influyente.
Además era atractivo, su piel bien morena y su pelo renegrido y brillante. De tanto andar por la selva y trepar a los árboles, sus músculos estaban fuertes y aunque no era alto (nadie era alto entre los suyos), cuando comenzaba a hablar sentía que los demás lo miraban hacia arriba… Tal era su experticia en el arte de hablar. A veces se elevaba tanto que sentía que nadie lo escuchaba, el sabía que en esos momentos lo atrapaba el espíritu de la vanidad.
Cuando los primeros pájaros comenzaban a cantar entre los guatambúes y los ibirá pitá y el aullido de los monos anunciaba un nuevo día, Kuara-hi salía a recolectar sus medicinas por la selva. Sabía que antes de que saliera el sol a plenitud, el espíritu de cada planta se hallaba en las hojas, y que cuando el calor del día aumentaba, el espíritu se refugiaba en las raíces; preferían las sombras. Se llevaba las hojas a su boca, y las sentía, las entendía.
Le gustaba cantar, mientras hacía sus recorridos, cantaba hacia el cielo, le cantaba a la Tierra Sin Mal, le cantaba a su Creador Ñamandú…y además les cantaba a su amor Ara-í (niña linda) y a su otro amor Jeruti (paloma)…y a su otro amor Ybotí. Es que Kuara-i tenía un corazón muy grande y podía amar a muchas, cuando iba a la tribu del otro lado del I-guazú, también se enamoraba. El era feliz también con ese don, sabía que Ñamandú había sido generoso con él, porque las mujeres lo amaban. Don que a veces los maridos no entendían, pero era solo un detalle que no le impedía cantar cada día, enchido el corazón de tanta felicidad.
Tanta felicidad le impedía preguntarse si sus amadas eran también felices, el estaba seguro que si: cualquier mujer sería feliz con su amor, de eso estaba completamente seguro. Y si lloraban alguna vez o le pedían exclusividad, el sabía que las mujeres eran así, algo raras.


Continuará……